Por Rocío Mariel González
Salinas construye su relato aportando la información con cuentagotas. La única palabra que se escucha en todo el film es la voz de una chica sentada sobre un palote de madera, cantando una canción de amor. El resto son imágenes de una choza en Corrientes, a la hora de la siesta. Las niñas juegan a maquillarse, a ponerse pulseras, aritos y collares.
Pero el contrapunto finalmente aparece. Una chica se esconde en el río y luego entrega un dinero sobre una mesa. Un auto llega a la puerta de la choza y la chica que cantaba se sube. Inmediatamente otra, una de las que jugaba, ocupa su lugar.
Bajo el cielo azul, que también es el nombre de la canción de amor, deja al espectador con un estado de malestar. El juego y la inocencia del adentro se ven aniquilados por la perversión y la explotación del afuera. El espectador es obligado a ser testigo de esta transformación que ocurre frente a sus ojos, como queriéndonos decir que, a veces, somos ciegos o reacios a ver lo que realmente ocurre frente a nuestras narices.
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