Cuento en capítulos I

Por Rocío González.
Ornitóptero. 1962. Fernando Zóbel
Algo me despertó. En un principio no pude reconocer dónde es que me hallaba. Poco a poco la conciencia se fue abriendo camino y noté que no estaba en mi cama. En el pasillo había una luz. ¿Estaba prendida hacía mucho tiempo o fue eso lo que me había despertado? Escuché murmullos en la otra habitación. Alguien susurraba –ahora no, no puedo hablar, ya nos veremos luego. Era la voz de un hombre anciano pero no podía ubicarla como de alguien conocido. Me dolía terriblemente la cabeza y de repente noté que tenía el estómago revuelto. Miré alrededor mío al espacio donde me encontraba. La cama era de esas grandes, antiguas, altas, con el colchón aún duro y pesado luego de 50 años de uso. Las sábanas y las colchas olían a viejo. No de una manera desagradable, tan sólo un poco a humedad y a algún perfume que ya no se fabricaba más. La mesa de luz era de madera oscura, de estilo, como todo el mobiliario. Las cortinas eran pesadas y no dejaban penetrar la luz, por lo que no podía darme cuenta si era de día o noche.
Me incorporé un poco, y  las tripas se quejaron, pero no sentí náuseas. Estaba vestida con mi ropa, tan sólo que descalza. Mis zapatillas estaban al pie de la cama. Caminé por la oscura habitación y noté que había un escritorio de esos antiguos, un secretaire. Estaba abierto y sobre él había una hoja amarillenta escrita con una letra muy prolija y redonda en tinta azul marino, de esas letras que sólo tienen los maestros de primaria y que es resultado de una lapicera de pluma.
Entonces, la curiosidad lo invadió todo. No me dejó pensar en nada más. Sabía que lo más inteligente era calzarme, salir de ese lugar desconocido y averiguar por qué me encontraba allí. Algunas veces deseé haberlo hecho, aunque en líneas generales siempre me mantuvo cuerda el pensamiento de que las cosas que nos suceden posibilitan todo lo demás, que uno es como es por las cosas que hizo y que las decisiones que nos llevaron a actuar de esa forma no fueron en verdad decisiones, sino el resultado forzoso de una determinada situación. Sin embargo, hay un atractivo casi inevitable para el ser humano en las ucronías. Todos en algún momento u otro pensamos “qué hubiese pasado si…”.  Por lo general, esta manera de pensar nos permite imaginar vidas más atractivas a las que en verdad llevamos, un futuro fantástico alejado de la mundanidad en la que estamos inmersos. En mi caso hubiese sido al revés, ya que lo que leí en esa hoja amarilleada por el tiempo, cambió para siempre el curso de mi vida…CONTINUARÁ…

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