Por Laura Recio
Se trata de una obra diferente, que se presenta como un agradable hallazgo dada la controvertida trama que recorre.
Rafael Bruza se pone en la piel de un enfermo terminal de muchas patologías que convergen en un singular hipocondríaco, cuya única salvación parece ser un amor remoto al que convoca desde su penúltimo aliento frente al final anunciado que paradójicamente se empecina en no llegar.
La puesta combina con acierto, imágenes audiovisuales de testimonios de figuras significativas como por ejemplo una genial y breve alocución de Briski, alternadas con presentaciones de aquel plan quinquenal de salud del gobierno peronista que los nostalgiosos recordarán, que nos remonta a la prevención de enfermedades, tarea a la que se dedica el protagonista dictando conferencias que parecen constituir sus últimos esfuerzos.
Con una dosificada mixtura de humor e intensidad, se logra sostener un ritmo que no decae, gracias a la destreza física y cualidades histriónicas de los tres actores. Tanto Eleonora Pereyra (versátil en su enfermera tan rígida como erotizada por momentos) como Héctor Segura (tan expresivo con tan poco texto) logran acabadamente transmitir climas, suspicacias, sugerencias a través de sus silencios y su lenguaje gestual, hábilmente contrarrestados por la verborragia del enfermo en cuestión, que se empeña en exponer sus redundantes debilidades.
Una mención aparte merece el cuadro musical en el que se lucen los tres actores, condensando el sentido de la obra.
Y también el cuadro final, donde el espectador podría preguntarse acerca del verdadero mensaje de este enfermo múltiple con vocación de salud, que sigue insistiendo en recuperar la vida misma a través del amor idealizado mientras fuma compulsivamente haciendo oídos sordos a las leyes más básicas de la medicina preventiva...
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