Obra: “El viento en un violín” de Claudio Tolcachir

Por Laura Recio

El viento en un violín constituye parte de la trilogía de Tolcachir, autor y director también de Tercer cuerpo y La omisión de la familia Coleman, en su espacio Timbre4, en el corazón de Boedo. Si bien es allí donde la obra es representada actualmente, no olvidemos que su estreno tuvo lugar en París en 2010, y con gran éxito. No es para menos, este talentoso autor y director, ha logrado desplegar en un texto la conflictividad de familias cuyas historias se entrelazan artesanalmente. Familias diversas, no convencionales, tal vez no esperadas, cuyos recorridos se basan en sentimientos tan legítimos y reconocibles que resulta imposible no identificarse. 

Desde una temática central que aborda el amor y el maternaje desde las aristas menos tradicionales, el espectador se siente atravesado por contradicciones, prejuicios propios y ajenos, emociones confusas, violencias varias y finalmente logra reconciliarse con el amor desde su concepción más profusa. Una pareja lesbiana en busca de un hijo, una madre asfixiante y asfixiada en su propia desesperación, un joven desorientado en busca de su esencia son los personajes centrales complementados por otros que refuerzan acertadamente el carácter casi lúdico de la puesta. 

El escenario es despojado, diríase minimalista, inteligentemente acicalado por una iluminación correctísima que le otorga protagonismo a cada escena que transcurre casi en un espacio simultáneo. Apenas son necesarios los acordes de un violín que demarca territorio y concentra la atención en lo que vendrá. Y vaya si lo logra; en los 90 minutos que dura la pieza nadie puede distraerse del ritmo acelerado de los personajes ni de su discurso tan denso y profundo como ciertamente mordaz y divertido, otro atractivo insoslayable a la hora de atravesar conflictos de tamaña profundidad. 

El virtuosismo de Tolcachir logró congregar a seis actores de solidez homogénea; sería difícil evaluar diferencias en cuanto a su entrega y su intensidad en el escenario, cada uno pareciera ser el mejor elegido para cada personaje. 

Las escenas finales, dotadas de una ternura infinita, coercionan al espectador a convencerse de que el amor elige caminos inesperados, diversos, insondables pero que siempre, como las grietas por donde se escurre la vida que Sábato mencionaba en su “Resistencia”, pugnan por salir.

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