Obra: "Maní con chocolate II" de Ana María Bovo

Viernes y sábados a las 20 hs.
Centro Cultural de la Cooperación - Av. Corrientes 1543
Entradas: $ 70.-

Por Julián Rimondino


En una época en que las obras de teatro porteñas pueden dividirse en dos grupos (experimentaciones sobre la forma y el relato, o teatro independiente; clásicos con actores famosos de la televisión, o teatro comercial) es un placer encontrarse con obras que tengan lo que a los dos le falta: emoción.

Maní con chocolote II, como su antecesor, carece de pretensiones y sólo busca comunicar un sentimiento: la pasión por el cine, por sus historias, el placer de revivirlas otra vez desde el recuerdo. Y es, en gran medida, una forma de hacer autobiografía desde el escenario que resulta mucho más sencilla que el famoso biodrama de Vivi Tellas, pero que logra lo que sólo alguna de esas obras del Teatro Sarmiento lograban: involucrar al espectador, no desde el intelecto, sino desde lo sentimental.

Ya es conocido el talento de Ana María Bovo, y aquí no decepciona. Los dos momentos más logrados de la obra quizás sean cuando narra Soñar, soñar de Leonardo Favio y Nos habíamos amado tanto de Ettore Scola, donde despliega un timing cómico impecable que mantiene al mismo tiempo un delicado equilibrio: se burla de lo mal que actuaba Monzón, de los ridículo de ciertas situaciones, pero con el amor de quien adora esas películas a pesar de esas fallas. Incluso por esas fallas.

El hilo conductor que va uniendo las diferentes películas narradas por Bovo es simple: la historia de una mujer elegante y rica que tiene prohibido ir al cine por su marido, y que por eso se entretiene con las películas que le cuenta el foguista de su fábrica de noche. Conforme avanza la obra, el público se entera que el foguista es el tío de Bovo, pero la historia de la mujer se pierde a los tres cuartos de la obra y nunca se retoma. Queda como una punta que nunca se cierra, en lo que quizás sea el único detalle del espectáculo que necesita más trabajo. Pero la actuación de Bovo exuda simpatía, encanto, pasión por lo que cuenta, y compensa ese menor detalle del texto.

Lo que queda es una experiencia muy íntima, donde una actriz comparte algo absolutamente privado, personal, único, y por eso tan universal: los sueños que la conmovieron desde una pantalla.

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