Obra: "Shangay" de José María Muscari


Por Lucía Roitbarg

Shangay es un espectáculo poco tradicional, en el sentido de que su espacio y la dinámica que propone se corre de la típica dicotomía o enfrentamiento escenario-sala. En cuanto a la trama de la obra es, sin embargo, bastante simple: una pareja de hombres gay, Alejo (Nicolás Pauls) y Lucas (José María Muscari), se encuentra en un bar para discutir su inminente separación. El lugar elegido para la reunión de la pareja es un bar temático ambientado al estilo oriental y atendido por dos pseudo geishas: Eunice Castro y Claudia Albertario.

La obra está estructurada en ocho partes y presenta pequeños actings que funcionan como separadores, donde los actores también cantan y bailan, y transforman la obra en un verdadero show. Por su parte, las chicas no son dos camareras comunes, pues ambas son una suerte de animadoras- presentadoras que interactúan con la pareja y participan de su discusión. Una vez planteadas las reglas de lo que presenciamos, lo ridículo, lo exagerado, lo vulgar y lo bizarro se convierten en la estética y en el tema.

Shangay se apoya principalmente en su espacio que es lo que le otorga su originalidad y parte de su encanto. Siguiendo esta idea, el Teatro Chacarerean resulta una elección más que apropiada para dicha propuesta, ya que está ambientado con mesas al estilo café concert y un pequeño escenario al fondo. Para esta obra se dispuso además, en el centro del lugar, una pequeña plataforma con una mesa y dos banquetas donde transcurre la escena principal. El tipo de puesta, a su vez, es mencionado, desde los textos de los actores, quienes continuamente apelan a la autoreferencialidad del espacio, creando así un continuo diálogo entre la ficción y la realidad. Esta última intención es clave además para acercarse al tipo de humor que propone Shangay, pues son continuas las alusiones a lugares, gente o productos de la vida cotidiana porteña actual.

Muscari eligió la combinación justa entre lo clásico, lo bizarro y lo posmoderno y armó esta puesta que necesita de un espectador activo, dispuesto a cambiar la dirección de la mirada continuamente y a dejarse sorprender. En fin, un público que se deje empapar por los nuevos códigos teatrales, que se sienta parte de la obra y el ambiente y que, por supuesto, esté dispuesto a reír.

Comentarios