Por Rocío Gonzalez
Basada en la obra de Pavlovsky, el grupo de Eduardo Misch toma al personaje Poroto y analiza – en el sentido más acabado posible- su comportamiento frente a las relaciones.
El relato de una anécdota escatológica acerca de sus padres, enfrenta a Poroto a la realidad de que se ha quedado demasiado tiempo escuchando, en lugar de huir a tiempo para salvarse del trauma de conocer esta realidad parental. A partir de allí, se abraza a la noción de la huida como una vivencia terapéutica: él decide los minutos o segundos que invierte en sus relaciones para no intoxicarse. De esta manera no se ve afectado por lo nocivo, lo triste.
Catedráticos de todo el mundo (Groenlandia, Portugal, Argentina) deciden estudiar el caso de Poroto bajo el lema de “conductas alternativas”. La obra se estructura precisamente desde la exposición de la investigación por parte de estos académicos, que utilizan el video como una de las formas de re-presentación de la realidad de Poroto.
Dirección contraria se organiza desde lo espacial y lo corporal: desde el uso de muñecos – Poroto y su padre son literalmente un pene – hasta el uso de una puerta – que se va resignificando a lo largo de la obra – y unas plataformas móviles que no sólo delimitan espacios y alturas físicas sino discursivas. Lo académico y lo popular conviven en esta obra de una manera brillante, regodeándose en las falencias y el absurdo de cada uno de sus discursos.
Se destaca el entrenamiento corporal del grupo El Soporte, a nivel físico pero fundamentalmente a nivel gestual. La genialidad de Pavlovsky se potencia en esta adaptación teatral, que requiere de una mirada atenta del espectador para captar la pluralidad de matices y lenguajes que se trabajan en escena, sin perder la comicidad como principal motor del espectáculo.
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